EL ODIO, PASIÓN DEL SER

7 de septiembre de 2020 > Ejes de trabajo > Salud

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EL ODIO, PASIÓN DEL SER

Por Diego Timpanaro
Presidente del Colegio de Psicólogos de Quilmes.

Jacques Lacan situará a lo largo de su enseñanza tres pasiones del ser: el amor, el odio y la ignorancia, y las articulará en relación a variados aspectos de la práctica del psicoanálisis, dejándose llevar a partir de la experiencia proporcionada por la tradición de los budistas.

Esas pasiones del ser, serán definidas como aquellos estados que se padecen, esos afectos sufridos de un modo pasivo por el sujeto, afecciones que se imponen más allá del imperio de la voluntad. Sin embargo, tal como se nos revela día a día en nuestra experiencia clínica, el amor, el odio y la ignorancia pueden tener la capacidad de orientar la acción del sujeto, generando poco más de un malentendido fundamental en la ex-sistencia y también en el devenir de la vida de hoy. Podríamos decir, que más aún pueden orientar la acción del sujeto en la actual coyuntura de la pandemia mundial del Covid-19, esa contingencia que atraviesa y cuestiona el corazón de Occidente.

En esta época, de un modo preciso, estudiado y planificado, los distintos agentes del discurso del amo, son los protagonistas a la hora de formatear cada vez, estos efectos del significante en el cuerpo, en un afán claramente disciplinador de la ex-sistencia. Orientados en términos de una biopolítica determinada, estos agentes son responsables también de hacer jugar ciertos campos de sentido en el ordenamiento de la polis, apuntando a la uniformización de aquello que deviene diverso desde su mismo origen: aquel de la relación primera entre el sujeto y el lenguaje.

El amor, el odio y la ignorancia, se presentan no solamente en el dispositivo de la transferencia que descubrió Sigmund Freud, bajo las premisas de la dirección de la cura en el discurso psicoanalítico, sino que también se manifiestan como nociones propias del resultado de un determinado dispositivo sociohistórico. A saber hoy, el discurso capitalista devenido sustituto del discurso del amo, ese discurso “locamente astuto”, construye una y otra vez una narrativa donde se va gestando un entramado en el cual puede leerse entre líneas (intelligere) el establecimiento de una práctica fundamental: la segregación.

Cual anudamiento de a tres, el amor, el odio y la ignorancia, están presentes en el centro del conflicto de la política, generando la posibilidad de novedosas producciones de subjetividad para nuestro futuro: una vía en que el ser se forma. Sin embargo, según Lacan: Pero este misterio se esclarece si se le enfoca en la fenomenología del sujeto, en cuanto que el sujeto se constituye en la búsqueda de la verdad.

Desde el siglo pasado, Freud sitúa una ambivalencia original para los vínculos entre los seres humanos, y a partir de sus investigaciones clínicas afirmará que hay un vínculo primordial de sentimiento que se sostiene en un abanico de posibilidades oscilantes que va del amor al odio, y del odio al amor. Entre los destinos de la pulsión de los seres humanos - ese motor fundamental a diferenciar del instinto - establecerá el trastorno hacia lo contrario, como uno de ellos, donde un trastorno en cuanto a su contenido es observable en el caso de la transposición del amor en el odio.

La aptitud para la cultura será definida como aquella capacidad del ser humano para que en la progresión del recorrido de las pulsiones, finalmente Eros pueda imponerse sobre Tánatos, es decir que en El malestar en la cultura (Das Unbehagen in der Kultur) fundante en el que vivimos, haya un horizonte para la ex-sistencia subjetiva, condiciones de posibilidad para que el sujeto advenga. En esa estructura fundamental del ser hablante, la ambivalencia de ciertos sentimientos, la oscilación emocional del amor al odio, se constituyen entonces en esos puntos de pivote hacia donde apunta el impacto y la incidencia de los poderes establecidos en nuestro tiempo.

Tal como en un estado de guerra psicológica, los medios de comunicación masivos que responden a determinados intereses económicos globalizados, en el inicio de una situación de abordaje integral por un brote del Covid-19 en un barrio periférico, generan contenidos para una tipología de narración, mediante la consabida técnica de la inervación de los afectos. El lector quizás podría volver sobre el recuerdo de las siguientes imágenes vistas en un canal de TV: un grupo de vecinos iniciando un piquete en una esquina cualquiera, en la frontera de una barriada popular, con un anochecer del conurbano profundo en el fondo de la pantalla, transmitiendo la urgencia que siempre lleva la noticia de último momento, noticia que luego resultará falsa. También el lector, podría recabar información vía Internet, sobre las opiniones suscitadas en la redes sociales a partir de la confirmación positiva de Covid- 19 de una mujer Intendenta: la distancia, el anonimato, y la facilidad verborrea que posibilita la intervención en cualquier red social, se convierten en vías facilitadoras para la expresión de esos sentimientos primarios y potenciados diariamente desde los mass media, sin ningún tipo de eufemismos, ni cuestionamiento, en cuanto a la denigración y a la estigmatización implícitas en los comentarios.

Gilles Deleuze, lector de la filosofía práctica de Baruch de Spinoza, explicará que el afecto engloba tanto para el cuerpo como para el espíritu, un aumento o una disminución de la potencia de acción, el inicio de cualquier praxis. Distinguirá dos aspectos etimológicos: por un lado, el affectio: la afección que se dice del cuerpo; y por otro lado el affectus: el afecto que se refería al espíritu. Y afirmará que al aumento de la potencia de acción le corresponde un sentimiento que Spinoza llama alegría, y a la disminución de la potencia de acción, le llama tristeza. De este modo, la alegría en el encuentro con otros cuerpos alegres van a generar el amor, y la tristeza en el encuentro con otros cuerpos tristes van a generar el odio.

En la actualidad, en la fase del capitalismo que estamos atravesando, con la práctica de la segregación como método de avance y de inserción a una escala global, el llamado neoliberalismo se impone a partir de y en una alianza estratégica con los medios masivos de comunicación. La segregación como práctica corriente va unida de un modo casi necesario a la creación y emisión de contenidos, que casi siempre se relacionan directamente con “las pasiones bajas”, con la tristeza, con el odio, con esos afectos que disminuyen la potencia de obrar del sujeto. Pero que también, tienen la capacidad de orientar tanto su acción como su pensamiento. Dirá Deleuze: “Y los poderes establecidos necesitan de ellos para convertirnos en sus esclavos. Los poderes tienen más necesidad de angustiarnos que de reprimirnos”.

Jacques Derrida, junto a la lectura de Emanuel Levinas, va a proponer un pensamiento sobre el otro, nombrará a la hospitalidad como esa primera instancia, hablará de cierta apertura, de una disposición y de una actitud acogedora; aunque en una segunda instancia, posterior pueda encontrarse, algo del orden de lo reactivo: un cierre, un rechazo, una posición xenófoba. Antes de la constitución del yo, de alguna mismidad, será necesaria y precisa la irrupción del otro. Yo soy otro, decía Lacan con el poeta maldito Arthur Rimbaud. El yo es una presa del otro, y en esa misma estructura existirá la posibilidad fundante de un camino ético. Es decir, que a partir de la irreductibilidad infinita del otro, de aquello que en el otro será absolutamente irreductible, de esa radical e inconmensurable alteridad, puede pensarse en pasar a las proposiciones de la responsabilidad, del respeto, de la amistad, de la justicia, justamente en relación a ese otro, a eso que siempre es extranjero, que comporta ajenidad, que se sitúa en un lugar más bien distópico. La concepción que tenemos del otro, la construcción del otro, puede tratarse de una vía ética, y en tanto se trata de los actos, es lo que está en juego cada día, cada vez, en cada relación a ese otro.

Será específicamente desde allí que pueda inscribirse algo del orden de la solidaridad, si es que podemos entender a la solidaridad como la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros, tal como dice la RAE (Real Academia Española). La solidez, está allí en la etimología. También el consolidar: establecer, fundar, afirmar algo con razones verdaderas y fundamentales, como por ejemplo cuando desde la discursividad de lo jurídico se habla de un modo de derecho u obligación: in solidum.

En la polis, al interior de la cuestión de la política, puede diferenciarse una dimensión macro y otra dimensión micro, tal como sostenía Michel Foucault. Es precisamente, en una articulación micropolítica, para aquellos sujetos que suponen como posible la construcción de una novedad desde un espacio por fuera de lo ya establecido, donde hoy por hoy, ex-sistirían las condiciones de posibilidad de una nueva vitalidad, la iniciación de un proyecto novedoso, una apuesta que estaría por nacer. Una nueva vitalidad micropolítica que se articula en un punto exacto, donde se pueda anudar al menos tres dimensiones: aquella relativa a una política del deseo, otra que pueda dar un sitio para la subjetividad, y una modalidad de relación con el otro.

En medio de la contingencia de la pandemia mundial del Covid-19 llegada a Buenos Aires desde el corazón de Occidente, se abre una instancia que nos permite pensar en nuevos escenarios y en proyectos otros que impliquen una apuesta en su sentido estricto, hablamos de aquella difícil decisión que se dirige a una cartografía de lo inédito, a escribir las líneas constituyentes de nuevas formas de vida alternativas, en medio del imperio de Tánatos, en el Sur del mundo, donde la alegría junto a otros pueda constituirse en un verdadero hecho político.