
Paula López
Lic. en Criminalística
Úrsula tenía denuncias previas, y medidas cautelares de protección que no la protegieron. Su familia, sus amigas y ella misma eran conscientes del posible desenlace, y así y todo, no lo pudieron evitar. No lo pudimos evitar.
Las mujeres e identidades disidentes tenemos hoy, más leyes consagradas y más derechos conquistados que nunca. Sin embargo, los feminicidios siguen sucediendo. Entonces me pregunto cuál es el valor pragmático del texto jurídico si a quienes están dotados de facultades para hacer cumplir la ley, y quienes deben sancionar a quienes la incumplieran, no les resultan inteligibles las violencias que sufrimos a diario las mujeres y disidencias. No las ven. Las desestiman. No tienen la empatía mínimamente necesaria para decodificar el dolor y la condena a la que nos vemos atadas por ser cuerpos femeninos o cuerpos feminizados.
Somos nosotras, las madres, las amigas, las vecinas, las compañeras de la organización, quienes tejemos redes de sororidad y creamos los mecanismos y estrategias que estén a nuestro alcance para intentar protegernos de la violencia machista. Una violencia que es pública y que no se cierne al interior del hogar o al vínculo entre dos. Es pública porque su finalidad es expresiva, es aleccionadora para nosotras y es reivindicativa para ellos, que deben reafirmar su valía para seguir siendo parte del clan de las masculinidades.
¿Y cuál es el papel que juegan las instituciones? Instituciones que no hablan en nuestro mismo idioma. Porque cuando les decimos que nos están matando, no nos toman las denuncias. O no nos protegen cuando se incumple una restricción perimetral. O no acuden cuando presionamos el botón antipánico.
¿Y cuál es nuestro rol? ¿Somos víctimas? ¿Por qué pesa sobre nosotras el deber de autocuidado? ¿Por qué debemos denunciar, o debemos presionar el botón? Todas acciones que nos responsabilizan, como si la autonomía, la valentía, el empoderamiento, emanaran de nuestra capacidad íntima de sobreponernos a las violencias que sistemáticamente sufrimos desde que nacemos con una genitalidad femenina.
Personalmente elijo no hablar de víctima, en principio, porque el lenguaje simbólico del derecho penal que está construido desde la lógica binaria víctima-victimario no representa el universo en que estamos inmersos e inmersas. No son una mujer víctima y un varón victimario. Somos una clase humana, los cuerpos femeninos y los cuerpos feminizados que estamos subordinados a las lógicas machistas, excluyentes y opresoras de la otredad. De todo lo que no es el Hombre, el varón blanco que detenta su poder al mundo público. Y sobre esa misma lógica están cimentadas las estructuras judiciales y policiales.
Pero nosotras, las mujeres y disidencias estamos hartas. Y venimos a disputar todos los sentidos. A construir los lazos sororos que nos coartaron, y a construir las instituciones que necesitamos y queremos.
#NiUnaMenos.

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